martes, 19 de abril de 2011

Todo era oscuridad. Todo era soledad. La Luna, reluciente y tímida, pero amenazante, y las estrellas eran los únicos testigos de lo que sucedía.
Yo, sentada en el suelo, frío suelo, con mis vaqueros viejos y rotos y aquella sudadera roja que tanto me gustaba; Yo, admirando la ciudad desde aquel lugar tan secreto.
Yo, mi nuevo yo, un yo que nunca habría imaginado.. Pero es que las cosas habían cambiado tanto.
Saqué dos cosas del bolsillo trasero, la primera un cigarrillo que coloqué en mi boca con sumo cuidado, y la segunda aquel mechero transparente que me había acompañado durante esos días. Hice lo propio con aquello, y me apoyé en la pared, pensando.
Inhalé, mantuve por unos segundos el humo dentro de mi boca y seguidamente lo expulse con fuerza de mi cuerpo. Aquello sucedió repetidas veces, hasta que se consumió aquel cigarro, llevándose parte de mi vida escondida entre sus cenizas.

1 comentario:

  1. Quizá lo mejor sería que afrontara su vida y no creyera que el humo haría desvanecer los problemas.

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